La ilusión, dicen, es junto a la esperanza lo último que se pierde. La ilusión, el gran capital de todos los niños que de una u otra manera se acercan al fútbol con ánimo de disfrutar y en el fondo de su más absoluta inocencia, con el deseo escondido de poder alcanzar eso que está reservado para unos pocos.
Jugar al fútbol pasa por ser el ejercicio de un gusto individual enmarcado en un contexto colectivo. Participar del objetivo común de ganar con compañeros que trabajan desde su perspectiva particular, desde la posición que ocupan, visionando el juego de forma unívoca por estar centrados en el papel que les han asignado y ellos han asumido, jugar en el puesto, desde el puesto y por y para el equipo dando lo mejor desde el lugar que ocupan.
La ilusión, el gran activo del fútbolista, su más preciado tesoro. ¿Somos conscientes de que el fútbolista joven vive única y exclusivamente de la ilusión que le genera jugar? ¿Tenemos claro que en manos de quienes trabajan con niños está la materia prima básica sobre la que se asienta el futuro futbolista profesional, la ilusión?
¿Cuántos niños han abandonado el fútbol?, ¿cuántos niños han abandonado a su entrenador y por extensión el fútbol?
Es notorio que la formación de los jóvenes futbolistas está en manos muy diversas y heterogéneas. Los más privilegiados se forman bajo la tutela de un grupo de profesionales que saben gestionar los aspectos más determinantes de los procesos de enseñanza/aprendizaje. Estos no son más que la persona a quien se ha de enseñar y sus circunstancias. Aquellos que tienen la gran suerte de estar siendo enseñados por quienes priorizan el papel de la persona sobre el papel del contenido, de la materia a enseñar, tienen una probabilidad mucho más grande de acceder a niveles de expresión futbolística mayores que los que no disfrutan de este tipo de enseñanza.
En cambio aquellos que soportan a enseñantes que priorizan el contenido de la enseñanza por encima de la persona a la que enseña se verán en procesos en los que seguramente pierdan el interés por lo que se enseña al perder el interés en el enseñante.
En el medio de ambos extremos se darán mil situaciones en las que al final, el principal afectado es el niño, el que pone sobre el tapete el mayor activo del que dispone, su ilusión, en contraste con el enseñante, que sólo pone sobre el tapete su tiempo y su conocimiento, que servirá al niño o no en función de si este aprende o no, de si entiende o no y si al final, está dispuesto a ejecutar lo que entiende por encima de lo que aprende.
“No todos llegan” es una realidad manifiesta. Hay muchos factores que hacen que los niños que se acercan al fútbol no alcancen los niveles máximos de excelencia. La cuestión es conocer cuántos de estos factores están directamente relacionados con nuestra responsabilidad y cuantos son exógenos, vienen dados, son circunstanciales.
Todos hemos oído alguna vez eso de que “para llegar a ser profesional hace falta tener suerte”. Estoy convencido de ello. Suerte para no lesionarte de gravedad, suerte para estar en el lugar oportuno en el momento adecuado, suerte para seguir manteniendo viva la ilusión que cada día traigo de casa, suerte de que mi entorno me permita continuar jugando mañana. Tantas cosas….. Pero , sobre todo, hace falta suerte para que quien te toque en el proceso de aprender y evolucionar jugando al fútbol sepa lo que tiene entre manos y no te limite con sus propias limitaciones. Suerte para que quien sea el responsable de mi equipo entienda que esto es un proceso largo en el que el protagonista principal es el jugador, no el equipo, ni él mismo, formador entrenador. Suerte para encontrarme con alguien tan serio y formado, que entienda que los jugadores y el grupo no son un elemento prescindible en su caminar como entrenador hacia la élite. Suerte de que en mi equipo entiendan que no soy patrimonio más que de mí mismo. Cierto, hay que tener suerte de que quienes se acerquen a tu lado en el largo peregrinar no sean precisamente quienes te impidan llegar.
Como vemos, el principal activo que aporta un niño al acercarse al fútbol necesita ser tratado con esmero y con cuidado, porque la ilusión se pierde con más facilidad de lo que pensamos. Para ello es determinante y fundamental proceder desde el más absoluto altruísmo con el objetivo cotidiano, no excepcional, de regalar a quienes vengan a jugar al fútbol el mayor de los presentes, “el estímulo”. Con él, tendremos seguro que una parte importante de esa ilusión que debemos preservar, llegará intacta mañana. Sin él, tenemos la certeza de que poco a poco, el perfil sonriente de quien se acerca a jugar se irá tornando en una seriedad cada vez más perpetua, hasta llegar al cambiar dicha sonrisa por una mirada al suelo. En ese momento se habrá perdido un nuevo elemento. El estímulo, hacer que el niño quiera volver porque tiene interrogantes que despejar es el principal camino para garantizar de que no sólo vuelva, sino que traiga consigo más y más interrogantes que han de ser contestados. El estímulo es el primer y gran dinamizador del cualquier proceso interactivo en el que la labor principal sea aprender, no enseñar. Porque llegados a este punto, no creo que sea necesario puntualizar que a ningún niño se le enseña a jugar al fútbol, en cambio todos los niños aprenden a jugar. Nuestra misión de formadores es facilitar los mecanismos por los que el niño aprenda, dejando el orgullo y la soberbia de lado y centrando nuestra atención en los talentos que nos han regalado en suerte. Si no entendemos la formación de esta manera, mejor alejarnos de los niños en cuanto podamos, porque el daño que podemos hacer es irreversible.
Todos conocemos casos de chicos que han llegado a la élite. Incluso algunos, entre los que tengo el honor de incluirme hemos tenido el privilegio de formar parte de su proceso de aprendizaje.
Cuántas veces no habremos escuchado cosas del tipo: “¡a ese lo entrené yo!”, “¡a ese lo tuve yo en tal o cual categoría!”, “¡ese pasó por mis manos!”. Desgraciadamente, esos mismos que alardean de haber estado con este o aquel famoso futbolista, nunca han dicho públicamente a cuántos han dejado por el camino por su incompetencia, a cuántos han limitado su formación o a cuántos han malgestionado su ilusión. No, estos comentarios habitualmente no se hacen, porque nadie asume dicha responsabilidad, nadie cree que ha sido culpable directo de que algún jugador potencial no haya llegado al nivel que seguramente estuviese en condiciones de llegar. Ante estos casos, tiramos de tópicos y asumimos que la suerte está echada, a pesar de que fuimos nosotros quienes hemos lanzado los dados al aire.
Es fundamental entender que la formación de jóvenes talentos pasa por comprender a personas antes que a deportistas, comprender que el estímulo hacia el reto es el pan nuestro de cada día, de que son ellos los que llegan, que nosotros sólo facilitamos la labor de sacar a relucir el talento que ellos llevan guardado para llegar a donde deben. Nosotros somos prescindibles, ellos, su talento, su ilusión es lo que tiene valor. Nuestro orgullo es cosa nuestra, nuestra ambición no debe salpicarles, nuestra ignorancia debemos solventarla nosotros para que no la sufran, nuestro ego es nuestro, mantengámoslo domado y en su lugar. Porque, sinceramente, a día de hoy, por cada jugador que llega, tras haber sorteado todas y cada una de las trampas que le salen al paso en su largo peregrinar, ¿cuántos se quedan por el camino? Y ¿Cuántos se quedan por nuestras faltas? ¿De qué manera incidimos negativamente en el proceso evolutivo del niño para llegar a ser futbolista de élite? ¿Cuánto de nosotros se lleva él? Si somos capaces de ir dando respuesta a estas preguntas, seguramente seremos a la vez capaces de ir limitando nuestras aportaciones impensadas, para empezar a reflexionar sobre nuestra actividad y nuestra incidencia y a partir de ahí, seremos capaces de concienciarnos de la importancia que tienen ellos y lo poco importantes que somos para su formación. Somos quienes les abrimos el camino para llegar. Somos una simple máquina desbrozadora que tratará de allanarles el paso para poder alcanzar la excelencia. Seguramente en ese camino podamos transmitirles cosas, pero lo esencial lo llevan dentro.
Fundamentalmente, ¿qué podremos transmitirles?
Sin lugar a dudas, valores. Esta es nuestra principal aportación. Enseñar a valorar la profesión. Enseñar que la constancia, el disfrute de todo lo auténtico que tiene este deporte es el primer paso para afianzarse y avanzar en él. Enseñar los principios en los que se fundamenta. Esto es un juego colectivo, interactivo y de habilidad en donde la solidaridad, el compañerismo y el reparto del trabajo es determinante. Es fundamental entender que cada tarea ha de realizarse bien, con eficiencia, haciendo lo que debo, disciplinarme para ir alcanzando objetivos que serán para todos. Mi tarea ha de ser aprendida, contextualizada y entendida, así podré avanzar en la misma y podré empezar a entender la de los demás. De tal modo que a medida que avanzo en los procesos de entendimiento, en algún momento seré capaz de entender el juego en su conjunto y llegados a este punto, empezaré a disfrutar del todo y no solo de las partes.
¿Somos capaces de regalarle a los niños un camino como este o parecido? No estamos hablando de algo idílico y espiritual, hablamos de una realidad manifiesta y veraz. El camino que lleva al niño a convertirse en futbolista está absolutamente condimentado con un constante estímulo de sus potencialidades humanas para posteriormente avanzar en las ejecuciones técnicas y finalmente en los desarrollos estratégicos, cognitivos y tácticos. Finalmente la propia evolución del niño irá marcando plazos para su estructuración condicional. Pero si no partimos de la estimulación de sentimientos, maldito si llegaremos a crear necesidades que nos lleven a desarrollar conocimientos y menos aún habilidades y destrezas.
Sería una falacia, demagogia pura pensar que en el transcurso del viaje de niño a futbolista, sólo los que se acercan a ellos tienen responsabilidades para con su formación y evolución. No es verdad, eso lo tenemos muy claro. Ellos y sólo ellos son responsables de sus capacidades y de lo que puedan o no hacer con ellas. Evidentemente, muchos no disponen de las potenciales cualidades para la práctica del fútbol al más alto nivel. Algunos no son capaces de desarrollarse más allá de un cierto nivel. Otros carecen de las facultades físicas, técnicas o tácticas necesarias. Una gran mayoría puede llegar a cierto nivel de exigencia pero a partir de una línea determinada, la exigencia mental, emocional y la presión a soportar hacen mella. Además están los que al llegar al momento de la verdadera decisión, eligen otros caminos. Sólo los que llegan son los que han pasado por todos los peajes y los han pagado debidamente. No es fácil, porque a veces el coste a pagar es elevado. No sólo las lesiones apartan del éxito a grandes futbolistas, hay mil factores que pueden hacer que no alcance su zenit. Pero fundamentalmente, el factor principal que le va a garantizar estar con los mejores y mantenerse va a ser su cabeza, su capacidad para adaptarse a todas las circunstancias que ha de vivir hasta llegar al nivel deseado.
A medida que el fútbol se ha ido profesionalizando más y más, el número de buscavidas, ansiosos y ambiciosos que se han acercado a él ha ido en aumento.
El fútbol de formación se ha visto invadido de una gran cantidad de “ajenos” al entorno, que han provocado mucho ruido y mucha incertidumbre alrededor de los chicos.
El más conocido y a la vez uno de los más difíciles de gestionar son los padres y madres que con su carácter equivocado y sus sensaciones alteradas han pensado que su hijo los iba a sacar de pobres. Ellos han sido uno de los peajes más caros por los que han tenido que pasar muchos chicos. Padres y madres que han confundido su papel y han equivocado los mensajes.
En el negocio del fútbol también están involucrados los agentes e intermediarios. Algunos de ellos han sabido entender que a ciertas edades es mejor mantenerse al margen o incluso han comprendido que su papel es más orientativo que otra cosa, estos, los que han sabido actuar en el contexto del fútbol de formación han permitido crear muros de contención que han facilitado muy mucho la tarea educativa y formativa de los jóvenes futbolistas.
El problema está en los que se han acercado al fútbol base sin escrúpulos, pensando sólo en encontrar la joya que los retire a una vida acomodada de lujos y obsolescencia, estos han hecho mucho daño y no sólo los agentes titulados, que a fin de cuentas están identificados y pueden sufrir las consecuencias de sus zafiedades. El mayor problema de todos han sido los falsos agentes que se han acercado al fútbol con el engaño, prometiendo futuros inalcanzables a padres, madres e hijos a los que al final dejaron tirados. Si hay una profesión que sufre y ha sufrido el intrusismo intensivo y descarnado, esa ha sido la de agente de futbolistas y algunos justos han pagado por las barbaridades de muchos pecadores.
En situaciones incluso de indefensión absoluta se han quedado niños que han venido al gran maná del fútbol europeo, de continentes menos favorecidos por el calor capitalista de esta economía de consumo que nos confunde. Muchos niños y chicos han llegado a Europa con la promesa de alcanzar un futuro mejor jugando al fútbol de élite, promesas que al poco de llegar se convertían en pesadillas que niños de edades complicadas, como jóvenes adolescentes no deben ni siquiera conocer, ya no digo padecer. Se han cometido muchas maldades, amparados muchos de estos falsos agentes en una legislación poco clara y poco favorecedora de la parte más débil.
Por ello, el fútbol de formación no debe quedar al margen de las grandes ventajas que proporciona el fútbol profesional, porque a fin de cuentas es de donde se nutre, porque la estrella del futuro está formándose en alguna parte.
No todos llegan, la sensación es la de esas tortugas que salen del agujero de la playa al romper cientos, miles de huevos e intentan llegar a la orilla para sentirse a salvo y vivir una vida plena y larga. Muchos son los peligros, muchas las tentaciones y muchos los avatares por los que han de pasar, pero llegar a la orilla significa una nueva vida y lo que ello conlleva, mejorar la vida de todos los que se les acercan, de una u otra manera están en disposición de poder regalar los privilegios de ser parte de una élite.
En la parte que nos toca, intentemos facilitar a todos que el gusto por el fútbol siga siendo una ilusión que mantendrán viva mañana cuando se levanten y que seguirán teniendo a la hora de acostarse. Que todos aquellos que forman parte de la gran familia de formadores y educadores sean conscientes de su papel, de lo importante que es su incidencia, no en la formación específica del niño, sino en la formación integral de la persona, que faciliten la evolución a través del cultivo de la investigación en el juego, que sean los niños los que a través de su tutela descubran y despejen las incógnitas.
Y por favor, papás y mamás, la presión no existe, el deseo es gestionable, no todos van a ser futbolistas y si lo son, será por unos años, pero van a ser vuestros hijos por siempre. Pónganse en el plano que les corresponda y en el fútbol en concreto es en el de aplaudir, estimular y facilitar que la fiesta continúe.
A los agentes poco que decirles, preserven su profesión de quienes les alteran el mercado y defiendan sus intereses que son los de todos los que estamos en el fútbol. Respeten y serán respetados.
Finalmente una reflexión, amigo y compañero entrenador. De la misma manera que no todos los niños llegan, aún con enormes facultades muchos de ellos, no todos los entrenadores llegan, a pesar de los estudios y enormes conocimientos acumulados. Ponte en su lugar y piensa como si fueses tú mismo.
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